Cuando aquel 6 de agosto de 1883 comenzaron las clases en el Instituto Agronómico Veterinario de Santa Catalina, ubicado en la localidad de Llavallol, provincia de Buenos Aires, nadie imaginó que ese día se recordaría por el resto de los años como el Día del Veterinario… Fue la primera Escuela de Estudios Superiores de Veterinaria en el país, por lo que recién en 1887 egresaron los primeros tres profesionales argentinos. El Instituto “Santa Catalina” fue creado durante el gobierno provincial de Dardo Rocha mediante Ley 1424/81, y fue el primer Instituto de Estudios Superiores de Veterinaria en el país. En el año 1890 se trasladó a la ciudad de La Plata, pero ya como Facultad de Agronomía y Veterinaria.
Para la organización Mundial de la Salud (OMS) “La veterinaria es (en relación a la salud pública), el conjunto de actividades que protegen y fomentan el bienestar humano, valiéndose del acopio de conocimientos y recursos de todos los interesados en la salud humana y animal y en sus relaciones mutuas”. Hace mucho tiempo que el rol del veterinario dejó de ser entendido como el de aquél que sólo “cura mascotas” para entenderse, actualmente, como una pieza fundamental para preservar la salud humana. En los tiempos que corren, la responsabilidad del médico veterinario ha aumentado producto de múltiples factores que han permanecido en el tiempo, pero también de nuevos desafíos que amenazan la salud humana, sean naturales o producidos artificialmente por el hombre.
En el campo de acción de la Medicina Veterinaria, de acuerdo con el marco legal que brindan sus incumbencias, el veterinario es un agente de salud pública ya que desempeña su labor profesional preservando la salud animal en beneficio de la humana a consecuencia de su interrelación con los animales, garantizando la producción y provisión de alimentos inocuos para consumo humano.
Y es que, entre las actividades que enumera la OMS con respecto a la profesión, se deben destacar: el control en la seguridad alimenticia, el estudio de enfermedad zoonóticas y su erradicación, la biodiversidad, los trabajos de laboratorio y la investigación, el desempeño en el campo agroindustrial, el cuidado del medio ambiente, la formación y capacitación de personal idóneo para cuestiones de salud pública, específicamente vinculadas con las ciencias veterinarias.
Es por todo esto que en la formación del Médico Veterinario se trabaja constantemente, y con plena convicción, en la revalorización del rol de los profesionales veterinarios, entendiéndolos como garantes (junto con los demás profesionales de la medicina), de la salud pública. Y esta convicción se asienta sobre la base de “Una Sola Salud”, un concepto reiterado muchas veces y surgido, según afirma la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE): “de la consideración de las grandes oportunidades ligadas a la protección de la salud pública por medio de las políticas de prevención y control de patógenos en las poblaciones animales en la interfaz entre el hombre, el animal y el medio ambiente”.
Este trabajo de búsqueda de una mirada integral sobre la salud y la sanidad animal, del rol del médico veterinario como parte fundamental de ese sistema de salud, no puede si no lograrse mediante la puesta en marcha de políticas que busquen que el conjunto de actores, sean ellos dueños de animales, productores, profesionales de medicina, gobernantes, etc., se mantengan mutuamente informados y trabajen conjuntamente y a largo plazo.
Me pareció importante (además del texto académico que precede a estas palabras) incorporar el pensamiento de alumnos de la Carrera de Ciencias Veterinarias a partir del cual puede visualizarse que es importantísima la preparación en lo que respecta a la información que reciben pero que la misma va de la mano del amor por lo que hacen, de la actitud de servicio y del compromiso con la profesión que han elegido. Veamos qué sienten ellos y ellas:
“Ser veterinario no es solamente cuidar a los animales. Es sobretodo amarlos, no fijándose sólo en los patrones éticos de una ciencia médica.
Ser veterinario es conocer la inmortalidad de la naturaleza y querer preservarla siempre más bella.
Ser veterinario es oír maullidos, mugidos, balidos, relinchos, trinos, cacareos y ladridos, y principalmente, interpretarlos y entenderlos. Es gustar de la tierra mojada, del campo, del monte, de los espacios abiertos, de lunas y lluvias.
Ser veterinario es no importar si los animales piensan, pero si, si sufren. Es dedicar parte de tu ser al arte de salvar sus vidas.
Ser veterinario es aproximarse a los instintos. Es perder los miedos. Es ganar amigos de pelos y plumas…
Ser veterinario es detestar encierros y jaulas. Es invertir un tiempo enorme apreciando rebaños, tropillas y vuelos de pájaros. Es descubrirse permanentemente, a sí mismo, a través de los animales.
Ser veterinario es ser capaz de entender meneos de colas, arañazos cariñosos y mordiscos afectuosos.
Ser veterinario es ser capaz de entender ojos tristes, orejas caídas, narices calientes, inquietudes o reposos anormales. Ser veterinario es entender el lenguaje corporal de los animales, pedidos mudos de ayuda, interpretar gestos y actitudes de dolor, y conocer la forma de aliviarlos.
Es sentir olor de pelo mojado, de almohada con esencia de gato, de ovejas, de corral, de guano.
Ser veterinario es tener el coraje de penetrar en un mundo diferente y ser igual. Es tener capacidad de comprender gratitudes mudas, más sin duda alguna, las únicas verdaderas. Es oler el aliento de un cachorro lactante y recordar su propia niñez.
Ser veterinario es convivir lado a lado con enseñanzas profundas sobre amor y vida.
Ser veterinario es participar diariamente del milagro de la vida. Es convivir con la muerte, saber que es definitiva, pero no siempre desagradable.
Todos nosotros podemos estudiar Veterinaria, pero no todos seremos veterinarios…”
Bello pensamiento ¿verdad? Y más bello aún porque el mismo nos está enseñando que, como dice Freire: “…el amor es la transformación…” Sarita