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Domingo: Un tiempo para las Historias, los Mitos y las Leyendas… (4)

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VipTalisman18

¡¡Hola!!

 Hoy es un día especial para leer una buena historia  aquí, desde donde estoy redactando estas líneas para ustedes. La jornada se presenta gris, un poco húmeda, con ganas de llover… Así que el escenario es ideal para reunirnos todos, charlar, contarnos cosas que hemos pasado cuando niños, soñar con el futuro y por qué no plasmar estas cuestiones  en una narración…  En mi caso, que estoy con familiares que no viven en Formosa, este día es ideal para sentarnos en círculo y compartir, con amigos y con ellos, una historia de la cotidianeidad formoseña; ese lugar que elegí para establecerme desde hace veintisiete años…

Podría elegir otro de los cuentos que ha escrito Horacia, dado que todos ellos se desarrollan enmarcados en la geografía formoseña y éste no es la excepción,  pero además de eso, es una de sus vivencias infantiles… A través de ella, la autora busca mostrar con un toque de fantasía, cómo es, cuáles son las características de los bosques en Formosa… Hay elementos que no están explícitos en la narración pero las palabras que ella usa hacen que las podamos imaginar creativamente. Por ejemplo: el calor del bosque, los miles de animalitos que viven en él, los sonidos que utilizan para interactuar, los diferentes términos de los lugareños para significar una planta, una expresión, en fin: para comunicarse…

Así, con ojos de infante, Horacia redacta la experiencia que tuvo con su hermano cuando organizaron una salida a uno de los brazos del Riacho “Monte Lindo”… Para los niños y niñas que viven en Formosa, las palabras que se utilizan en esta historia seguramente resultarán conocidas, porque constituyen su vocabulario de uso cotidiano… Para aquellos y aquellas que no son formoseños, los términos pueden resultar raros pero es buenísimo aprender qué se quiere expresar cuando se los usa… De paso se aprende y se vivencia la unidad en la diversidad…

“Siesta en el Pylá”, así como las historias que hemos ido publicando con anterioridad, está enfocada para que los niños y niñas (y por qué no también los adultos) a través de la re-narración, ensayen de forma lúdica rimas, discriminación auditiva, amplíen su vocabulario, establezcan redes semánticas y a la vez desarrollen el lenguaje comprensivo y expresivo, y la imaginación.

Recordemos… La importancia de trabajar la estimulación del lenguaje oral se justifica por:

– El doble carácter del lenguaje: como comunicación y como representación mental y estructurador del pensamiento.

– La importancia que, en educación infantil, tiene la prevención y la detección temprana de problemas.

– El carácter compensador de esta etapa educativa.

Pero también incorporemos esto: la importancia de trabajar la estimulación del vocabulario de uso adquiere relevancia cuando entendemos lo fundamental que es formar personas creativas, con valores familiares y que amen sus raíces… Con seguridad esas personas no serán dependientesSerán constructoras de nuevas realidades

Sin más que agregar, cuelgo la historia aquí abajo. ¡¡Que la disfruten!!     Sarita


Cuento: Siesta en el Pylá 

Por: Horacia Echeverría

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 Los recuerdos de veranos de mi infancia, tienen la ternura de la ofrenda de papá cuando llegábamos a la chacra con mi hermano Lalo. Tenía una vieja bolsa de lona anaranjada con rayas azules y verdes colgada en la pared del rancho, de donde sacaba sus regalos como ofrendas en cada visita. A veces un puño de maníes tostados en su cáscara, otras veces unos cocos bien maduros o dos espigas de maíz pisingallo unidos con un lazo de su propia chala para desgranar y  hacer pororó.

 Como estaba trabajando, después de darnos ese mimo a veces acompañado de una taza de mate cocido “oficial” preparado con azúcar y yerba quemada, nos dejaba jugando y volvía a sus quehaceres del campo, no sin antes encargarnos que no nos alejáramos mucho de las casas, amenazándonos con duendes malos y yaguaretés  hambrientos al acecho de niños desobedientes.

 En el medio de la chacra atravesaba un arroyito de aguas estacionarias al que llamábamos (no sé si acertadamente) el “Pylá”, un brazo del Riacho “Monte Lindo”. En las proximidades de su cauce, crecían los árboles más frondosos de la zona que no habían sufrido el desmonte para los sembradíos de algodonales, en donde podías ver y oír a los pájaros en bandadas, asombrarse con sus nidos de diferentes formas y de distintos materiales: ramitas, barro y hasta con espinas. Y hasta allí nos gustaba ir siempre, a pesar de las reprimendas de cada regreso.

 En una de esas escapadas al madrejón, descubrimos un bosque de ñangapiríes[1] cargados de frutos maduros y  a punto que por su peso inclinaban al suelo hasta sus ramas más altas. Felices por el descubrimiento, iniciamos la cosecha de esos frutos tan preciados y sabrosos, que abarrotamos en un viejo balde de cinc, gorras y hasta la camisa de mi hermano menor. En ese camino al monte con tan feliz hallazgo, nos perdimos. Llevamos mucho tiempo caminando de un lado al otro por esa arenosa orilla, sin encontrar el camino de regreso.

 Nunca olvido que mi hermano me daba seguridad a pesar de que en ese entonces habrá tenido sólo unos 7 añitos. No se mostraba asustado ni dejaba que nos alejáramos del hilo de agua por donde podríamos descubrir cómo volver.

Ya estaban empezando a ser más obscuras las sombras cuando, a punto de desesperarnos, vimos aparecer a don Claudio, mi viejo- que con el susto de sabernos perdidos en el monte, olvidó las ganas de castigarnos y nos recogió a los dos en un apretado abrazo.

[1] Conocida como Ñangapirí, Capulí, Pitanga o Cereza de Cayena es un árbol pequeño o arbusto neotropical de la familia de las Myrtaceae, se encuentra en zonas de la selva brasileña y en las selvas de galería subtropicales de Argentina, Paraguay y Uruguay en forma silvestre, y en algunas regiones tropicales de Asia como cultivo, aprovechándose su fruta. Es un arbusto o árbol de pequeño porte, hasta 7,5 metros de altura, con ramaje delgado y sinuoso. El fruto aparece y madura rápidamente, hasta tres semanas después de la floración.Es una baya oblada, con el cáliz persistente, de hasta 4 cm de diámetro, con ocho costillas bien visibles, que vira del verde al naranja y el púrpura profundo a medida que madura. La cáscara es delgada y ligeramente ácida, protegiendo una pulpa roja, muy jugosa, dulce a subácida según el grado de maduración, con una semilla esférica con dos o tres semillas aplanadas. (Fuente: Vía rural: árboles autóctonos argentinos).

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