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Ser Docente … Ser Educador (Cuarta Parte)

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¡Hola!

Un nuevo tema abre el encuentro semanal en Reflexiones Pedagógicas: nuestra práctica educativa… ¡Sí!, esa que desarrollamos día a día…

Los avatares de la cotidianeidad hacen que, usualmente, nuestra preocupación docente se dirija más bien hacia los salarios, la actualización, la capacitación, las condiciones laborales, entre otras cosas. No estoy diciendo que esto carezca de importancia, sólo expreso que, al estar demasiado imbuidos e imbuidas en ello, la praxis  pasa a ser un ejercicio cotidiano, que a veces, carece de sentido o significación.

Por eso la invitación de hoy: centrémonos en la concepción pedagógica de la práctica educativa y, para empezar a reflexionar acerca de ella lo primero que diré, de la mano de Freire, es que el docente y la docente (vos y yo) somos pilares importantísimos en el proceso educativo. Es que para ser docentes y ejercer la docencia debemos re-pensar acerca del propio ser y el de los demás sujetos.

Dice Freire (2010): “…No es posible ejercer la tarea educativa sin preguntarnos como educadores y educadoras, cuál es nuestra concepción del hombre y de la mujer. Toda práctica educativa implica esta indagación: qué pienso de mí mismo y de los otros…”

Ahora bien, ¿por qué es importante pensarnos a nosotros mismos como sujetos históricos, incompletos, inacabados? Sencillamente o complicadamente (no sé qué pensás vos) porque esto nos permite liberarnos y tomar conciencia de nosotros mismos. Es en este ejercicio de replegarnos hacia la propia interioridad que la educación ocupa un lugar central, dado que ella se convierte en herramienta para lograr esa conciencia de inacabamiento. Si logramos saber, a través de ella, que somos seres incompletos entraremos constantemente en un proceso de búsqueda y de curiosidad, lo que nos llevará a actuar en el mundo. Además, si somos seres inconclusos, la práctica educativa también lo es y esto es lo que permite educarnos.

Leamos muy bien lo que dice Freire (2010): “…Otro hito fundamental de la práctica educativa es la inconclusión, dado que es en esa inconclusión que el ser humano se torna educable…”

Así es que, en función de nuestra condición humana (seres que buscamos ser conscientes de nuestra inconclusión, críticos y curiosos), nuestra práctica educativa debe convertirse en lucha por el logro de una pedagogía crítica, aquella que nos da las herramientas e instrumentos para asumirnos como sujetos de la historia misma, para luego poder ayudar a los otros sujetos a que se asuman también.

Esto que se acaba de escribir implica necesariamente exponer que, es en la relación docente-alumno donde se genera la práctica educativa: “… toda práctica educativa implica siempre la existencia de sujetos, aquél o aquella que enseña y aprende, y aquél o aquella que, en situación de aprendiz, enseña también; la existencia del objeto que ha de ser enseñado y aprendido –re-conocido y conocido-, por último el contenido…” (Freire, 2009).

Pero esta práctica educativa, no está en el aire, sino que se realiza siempre desde un marco social y cultural. Esto es: siempre, siempre hay un referente de mundo, de realidad, que es lo que permite que, al interior del aula, se genere cualquier práctica docente.

De acuerdo con esto, Freire (2009) postula algunos considerandos acerca de los saberes necesarios con los que debemos contar los docentes y las docentes:

  1. Para reforzar, desde nuestra práctica, la capacidad crítica, la curiosidad y no sumisión del educando, debemos tener rigor metódico cuando se trata de guiarlos hacia la aproximación de los objetos cognoscibles.
  2. Una base fundamental del proceso educativo es la investigación. Debemos ser docentes investigadores mientras enseñamos, porque esto es lo que posibilita conocer lo desconocido.
  3. Hay que respetar los saberes de los alumnos y alumnas. Hay que saber discutir con ellos y con ellas esos saberes y relacionarlos con la enseñanza de los contenidos (no es fácil, ya sé, y más cuando cargamos con una formación bancaria… Pero a no desanimar, estamos reflexionando, estamos dando el primer paso hacia el cambio, nos estamos dando la oportunidad de mirar nuestra labor educativa desde otra perspectiva, y eso, vos que me leés, es un logro valiosísimo: ¡nuestro primer logro!
  4. Permitamos la crítica, porque ella facilita la rigurosidad del método en su aproximación al objeto.
  5. La formación ética siempre debe estar al lado de la estética.
  6. Pensar acertadamente implica estar dispuestos a arriesgarnos: lo nuevo no puede ser negado sólo porque es nuevo; lo nuevo no puede ser recibido sólo porque es nuevo; lo viejo no puede ser rechazado con la excusa de su cronología.
  7. La práctica docente crítica encierra el movimiento dinámico, dialéctico, entre el hacer y el pensar sobre el hacer.
  8. La enseñanza es crear las posibilidades para la propia construcción y producción del conocimiento. La enseñanza no es simplemente transferir contenidos.
  9. El docente, la docente deben tener autoridad segura de sí misma, dice Freire. Esa autoridad es sinónimo de seguridad, que se expresa en la forma de actuar, de decidir, de respetar las libertades, de discutir sus propias posiciones.

Estos aspectos que no pueden faltar, que son necesarios en las prácticas educativas, constituyen sólo algunos de los saberes a tener en cuenta. Recordemos que es el propio educador o educadora (vos y yo) quien, inmiscuido o inmiscuida en su praxis cotidiana debe reconocerse como sujeto con posibilidades de cambio. Además la práctica es dinámica, cambiante, se genera desde sus propios contextos y con sus propias alteraciones sin perder nunca de vista el sentido educativo. De ahí la importancia del rol docente, nuestro rol, para poder intervenir en el proceso educativo.

Al respecto, comenta Freire (2009): “… una misma comprensión de la práctica educativa, una misma metodología de trabajo no operan necesariamente en forma idéntica en contextos diferentes. La intervención es histórica, es cultural, es política. Por eso insisto tanto en que las experiencias no se pueden trasplantar y es preciso reinventarlas…”

Ahora bien, generalmente cuando hablamos de nuestro trabajo cotidiano, de nuestra práctica docente, hacemos referencia exclusiva al aula… Estimado lector, estimada lectora ¿sabes? Nuestra práctica educativa va más allá de eso, nuestra práctica educativa es un vivir constante, es una posibilidad que tenemos los sujetos para completarnos y reconfigurarnos, para darle un sentido y una significación a nuestra forma de actuar en el mundo. También es fundamental agregar que es muy valiosa la práctica que ejercemos en el aula, aunque es imprescindible tener muy en claro hacia dónde vamos, quiénes son nuestros interlocutores, qué es lo que buscamos y deseamos, qué es lo que ellas y ellos buscan y desean, para qué enseñamos.

Freire (2009) es muy explícito en esto y así expresa en relación con los elementos mínimos que debe contener toda práctica educativa: “…a) presencia de sujetos (educador y educando), b) Objeto de conocimiento que han de ser enseñados por el profesor y aprehendidos por los alumnos para que puedan aprehenderlos (contenidos), c) Objetivos mediatos e inmediatos hacia los cuales se orienta la práctica educativa (en filosofía: direccionalidad de la educación) y d) Métodos, procesos, técnicas de enseñanza, materiales didácticos, que deben estar en coherencia con los objetivos, con la opción política…”

Aunque la tarea es compleja, la misma dependerá en gran medida, de cómo se asuman las autoridades que se encargan de impulsar las políticas educativas, así como nosotros (los docentes)  dado que somos los que vivimos la cotidianeidad de la propia práctica educativa. Y esta responsabilidad que tenemos hacia los alumnos y las alumnas es muy fuerte, porque al convivir con ellos y ellas tendremos que desafiarlos y desafiarlas para que participen como sujetos de su propia formación.

Para finalizar la temática de hoy apuntemos algo más: la práctica educativa es política. Si como docentes nos asumimos como seres históricos, también nos convertimos en seres políticos. Esto es: que no sólo buscamos nuestra propia reinvención a través de la práctica educativa, sino también la transformación en y con el mundo y su realidad: “…La comprensión de los límites de la práctica requiere indiscutiblemente la claridad política de los educadores en relación con su proyecto. Requiere que el educador asuma la politicidad de su práctica. No basta con decir que la educación es un acto político, igual que no basta con decir que el acto político es también educativo. Es preciso asumir realmente la politicidad de la educación…” (Freire, 2009)

De esto se desprende que el sujeto político al que hace alusión Freire es un sujeto que tiene muy claro su opción política, sus sueños, porque lo que lo mueve y alienta son sus proyectos y la posibilidad de mantener viva la utopía para poder soñar con los alumnos y alumnas. Y esto trae como corolario que la politicidad de la práctica educativa está en estrecha relación con la estética y la ética. Así, en el 2010 expresaba: “…La politicidad revela otras dos características de la situación educativa: revela que en la práctica educativa estética y ética van de la mano…”

En la estética y la ética se ven la belleza de la formación de la cultura, la belleza de la formación del sujeto libre. Al mismo tiempo, esa estética es ética porque trata de la moral y “… difícilmente una cosa bella sea inmoral…”, cierra Freire.

Hasta aquí, entonces, nuestro encuentro de hoy. Creo que el mismo nos ha posibilitado pensar que nuestra práctica puede reflexionarse de manera diferente a como lo venimos haciendo. Si esto se logró ¡es muy bueno!, ¡es excelente! porque eso quiere decir que nos estamos dando la oportunidad de caminar hacia el logro de la formación de nuevos docentes, esos que necesita nuestra Escuela Pública hoy: los Docentes Progresistas.

¡¡Hasta la semana que viene!!          Sarita

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